Texto por Rosa Queralt
El cuadro dentro del cuadro
o también cabría hablar de esa abstracción a la que en las etapas clásicas de la historia de la pintura hemos otorgado protagonismo con el nombre de perspectiva. La cuestión espacial, y su representación, es uno de los asuntos recurrentes, a tenor del rescate continuo y regular, que abordó Idoia Montón en sus trabajos ya tempranamente: en Una habitación para sentarse, de 1992, había colgado en las paredes del fondo de la estancia dos pequeños cuadros que correspondían a sus papeles recortados. Y desde entonces se ha sentido siempre a gusto dando giros bruscos al plantear una y otra vez la convivencia y simultaneidad de planos, haciendo saltar por los aires registros en los que había basado obras anteriores. Además, es un modo de representación idóneo para tomar distancia y enfriar el proceso, una actitud deliberada hacia la disección, más pragmática y analítica, utilizando estrategias que eviten el encasillamiento.
La presencia permanente de versiones que ofrecen soluciones distintas a la cuestión espacial por parte de la autora nos hacen pensar que aunque los prolegómenos de cada propuesta sean más o menos visibles o conocidos, la reiteración viene a confirmar que cuando algo ocurre tan a menudo revela una disposición, empuje o instinto que van más allá de la voluntad y la consciencia. Ventanas, puertas, espejos, pantallas, laberintos, ámbitos funcionando como figura y fondo, pinturas colgadas de los muros… no se diluyen en la ilusión de aquellos espacios que crea la perspectiva, sino todo lo contrario: la simultaneidad de acciones abre y enriquece el espacio, que en el fondo es la manera de ver de la memoria y no del ojo