Texto por Rosa Queralt
En busca de aislamiento se instala en plena naturaleza,
en una kasa okupada en Minas de Arditurri, Oiartzun, al lado del “paraíso”. A su alrededor, las huellas y vestigios de una antigua zona minera explotada desde la época romana y abandonada tras el fin de la actividad, en 1984. El lugar es especial, lleno de cavidades, cráteres, rocas, piedras… que quedaron ahí arrumbados y que la vegetación y la masa forestal luchan por cubrir y borrar, imponiéndose con su potencia a una posible sensación de demolición o derribo.
Con la mente, las emociones y los sentidos avivados tanto por su estado de ánimo como por el entorno, Idoia Montón vislumbra la imposibilidad de evadirse del entramado o laberinto de este paraje y retoma el tema del medio natural, si bien el cambio de dirección es radical respecto a las versiones gozosas de la década anterior. Ahora está frente a un universo muy alejado de aquellos espacios naturales. Es una realidad distinta, por momentos la percibe próxima a lo irracional, el vehículo de una relación con el misterio. Las formas son efímeras, parecen sombras que al recibir la luz se transforman para volver a desaparecer más tarde. Ya no se trata de representar el paisaje como género, sino un lugar concreto habitado igualmente por sus contradicciones -presencias y vacíos, belleza y desgarro, vida y caos- y a pesar de ellas, mágico.
Sus pinturas de Arditurri reflejan la persecución sobre el soporte de estas y otras antinomias, sin dejar de exaltar la condición trágica y al mismo tiempo extraordinaria del universo. Y de sus imágenes.