Público de Idoia Montón

Texto por Javier Peñafiel

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Público de Idoia Montón

Cada día confío en que seré mejor público. Y quiero decir con eso que perteneceré mejor al común. Participando más de los hechos en la corteza terrestre y lo que sucede entre nosotros, animales, cosas autistas y sujetos diversos. Y la cantidad, nuestra cantidad, lo hará, hace conmigo de todo como su bien público. Pero, ahora, en concreto, voy a hablar de la experiencia de ser público de Idoia Montón.

Con I. Montón compartimos antagonismo, políticas, intersexualidad, anti-programas, dibujos, características y caricaturas, generación y distracción, la función contradictoria, el insobornable constituyente y sobre todo: la revuelta collage.

Me explico, ahora mismo, rápido: hemos compartido mucho tiempo aunque no nos viéramos por edad y por sus contextos. Y voy a acotar ese tiempo, desde una visita a Arteleku en San Sebastián a otra visita a la Kasa de la Muntanya en Barcelona a principios de la segunda década del dos mil. Y en cuatro sub puntos, mis visitas a Juana de Aizpuru y Buades en los noventa del siglo XX y a EART y Halfhouse en la segunda década del siglo XXI. Tiempo da.

¿Da vértigo esa temporalidad? De acuerdo, pero se trata del minucioso placer del vértigo. Nadie ha dicho que el vértigo sea una gran velocidad, tiene mucho de demora, de irresoluble, de repetición, tiene de todo. Cómo la experiencia de ser público de I. Montón.

A finales del siglo XX, en Donostia, algunos artistas jóvenes se mezclaban en el espacio de Arteluku, en los talleres de Angel Bados por ejemplo, que siempre visité por placer y nunca como artista, disfrutaba de sus ejercicios de escultura, de aquellas generosas especulaciones de cosas literalmente deconstruidas, casi como pretextos. Es un momento que tuvo, brevemente, maravillas que luego se cristalizarían en un formalismo de producto, casi un estilo. Era muy peculiar ver esos trabajos en la escena del llamado conflicto vasco, en la aparente higiene de superficie de Donostia, era interesante como caso de estudio, pero ese es otro tema, por llegar, todavía por llegar.

Si el casino financiero ya había afeado casi todo en la institución arte para entonces, todavía quedaban por venir la hipermediación de las nuevas historiografías normativas, el cinismo de autor gestor, los nominalismos políticos y su abuso de imagen del subalterno, o el neocolonialismo cultural del aznarzapateado y sus arquitecturas insostenibles.

En ese momento donostiarra vi unos collages de Idoia que luego volví a ver en la exposición de Madrid -100, colectiva de 4 artistas que entre todos no juntaban 100 años. Esa exposición contaba bien ese momento. Dos escultoras vascas y dos pintores que residían en Madrid, de una misma edad que parecía vivir de tiempos irreconciliables. La ironía perversa, cromática débil y plástica ácida de los pintores era un lugar de egolactancias, de narcisismos de sujetos fuertes pero un tanto sufridores, un hedonismo killer, como sucede en las noches de los cuentos infantiles donde el terror de los adultos vive de insomnios burgueses. Una de las pinturas de Luis Salaberría, que tiene una amiga en su casa, es un personaje delirado, agridulce, de unos 50 centímetros, que siempre me parece algo distinto porque continúa espejeándome bien. En las escultoras se daba sin embargo un distanciamiento asertivo, un más allá del narcisismo o quizás su biocontrario, de tal foma que la muestra funcionaba, insconscientemente o no, como una reflectante muestra antropomaníaca. De todos ellos la obra de Ana Laura fue la que mejor se inscribió en la hegemonía posterior y su mercado, teniendo que lidiar con las respuestas inmediatas a los infiernos de Arco, el armario cultural, el infantilismo de las políticas de adquisición, las cajas y bancos con sus propinas colección, un mundo agotador que acabó secuestrando al 90% de la producción de esa generación en una fiesta torpe. Diego murió como pensaba, radicalmente. Luis dibuja al margen de mucho, indoloro incluso. Idoia se dedicó a radicalizar políticamente su distanciamiento, a fondo.

Más tarde pude ver una evolución muy coherente, unas pinturas suyas en Buades en una colectiva muy distinta a la -100, era curioso ver un tipo de comisariado como malestar que fue esa expo de Miguel Cereceda en Buades, que se anticipaba a lo que luego sería el mal del archivo y el aumento de la mediación cínica en la institución, cuando creíamos haber llegado a un tope de decepción. Idoia presentaba unas pinturas donde el contexto era tan politizado como mágico. Me sorprendieron bien pero para muchos eran un distanciamiento excesivo de sus deconstrucciones. Yo leí todo lo contrario, eran para mi pinturas estrictas en su materialidad pero que tenían fuertes contenidos de ensamblaje narrativo. Como todo lo que he visto después en Idoia, se alejaban de cualquier ilustración o ejercicio de política formal-nominal, estaban precisas, en contexto. Pero no era fácil para todos asimilar ese giro y menos contemplarlo desde la pintura después de años de retina golpeada por el dandismo matérico del los expresionismos e informalismos de tanto autor chavalote. Años después, pude conversar con Pablo LLorca sobre esto mismo y por qué nos interesa tanto I. Montón. Yo he tardado en comprender cómo y por qué las tramas urbanas, los descampados, las exclusiones y los sujetos que trabaja Idoia están inscritos en esa demolición del selfismo que Idoia propone como un relato polifónico. En las pinturas, respecto del ingente trabajo en dibujo, hay un juego muy preciso de subtitulados que sólo he visto en algunas literaturas. Idoia abandonó un trabajo de especulación en escultura que le daba buenos frutos en todos los sentidos y que años más tarde hemos visto desarrollarse felizmente en artistas como Thea Djorjadze. Fue en una conversación con ella en la kasa okupada de Barcelona cuando, recogiendo montones de dibujos y comentando las dificultades de la voces no nominales en las asambleas, comprendí por qué I. Montón había elegido la pintura y el dibujo, concentrarse en ese campo para no alejarse de las realidades que prefería, es decir negar las mediaciones especulativas no por un esencialismo extraño si no como una necesidad de empatía en abierto con su contexto inmediato, con las dificultades y las polémicas de éste, ir a por todas y no alejarse desde la ilustración inteligente. Negar la abstracción pacificada de la realidad (la actividad artística en su naturalismo sumergido o no), diciéndole: conmigo no cuentes.

En algunas cenas en esa kasa okupada Idoia ha ido mostrándonos su trabajo a cuenta gotas, en abuso de ingenuidad y eso lo ha disfrutado mucho, casi con pasión. Ver cómo aparecían los sujetos que compartían la vida con Idoia era mágico, en el mejor sentido de la palabra. Quizá y desde luego el entorno de crisis, la revolución conservadora de estos años, la brutal expropiación de lo público en nuestras sociedades y la disminución de los derechos civiles de estos años han sido el punto más álgido de todo el proceso de falsa economía y de delirio social que hemos vivido desde la transición y en eso la institución arte ha sido hiperrealista, un casino avanzado.

Encontrarme como público con el trabajo de Idoia en sus condiciones críticas era casi una cura dentro del relato especulativo dominante.

La pesadilla del mundo rosa y del mundo cemento, los mediadores autores y su moralismo producto, desaparecían de mi pesar habitual, gracias Idoia.

Idoia ha participado de la misma forma haciendo carteles para colectivos o participaba en procesos de asamblea o venía a mi taller del Museo Oral de la revolución, con un excéntrico distanciamiento que me hacía pensar en otros momentos de la actividad artística, cuando el trabajador de las imágenes se conocía (o desconocía) en los procesos comunes por estar muy convividos.

El trabajo de I. Montón me ayuda a interactuar con la proliferación de presentes en que se ha convertido nuestra cognición, me aísla, efectivamente, de la pantalla total de la comunicabilidad del capitalismo en su fase de genocidio financiero, me lleva a una zona inestable donde puedo inhibirme de la inmediatez: esa gran norma conducta.

Y bien, una pintura de Idoia habita en mi vivienda reciente, es una pintura de una rana al final de un túnel, la rana es casi una pantera para mi, sería la pantera rana el enemigo número uno del dandismo de la pantera rosa, esa es la broma personal que me hago muchos días. Esa pantera rana trabaja junto a mi.

Con el trabajo de Idoia he comprendido varias cosas más: ignorar el dandismo como insuficiente y no desde una trama moral, también está el hecho de hacer imposible o poner dificultades al personaje de la Casandra narcisista, ese tipo de autor que predice desde la fatalidad todos y cada uno de los hechos.

Los collages más recientes de I. Montón son muy buen Atlas, honesto y generoso. Recientemente, ha elegido unos formatos y una manera de incidir sobre la superficie producto de un gran cabreo pero están llenos del tiempo de experiencia, es decir son lentitudes de raíz, a veces hay demoras en los relatos de Idoia que son de tal densidad que debo fotografiarlos para llevarlos a parte, a otro momento y verlos de nuevo, desde el detalle. Esos juegos de zoom en los últimos collages son emocionantes, antipantallas, exentos de proyecciones sobre la realidad o el otro, son inclusivos en extremo, cuentan con casi todo, y de ahí la emoción.